Por fin has llegado Princesa, si supieras lo que te he esperado.
Ponte cómoda, no te alteres, es una noche de película.

Qué feliz me hace verte así, calma, serena, con tu rubio pelo acariciando esos ojos claros que son mi perdición. Esas piernas comparables con montañas, con los paisajes más hermosos, con los caminos que todo hombre quisiera recorrer. Sí, acá estás y solo para mí. Hace falta una cadena para detener los brincos que da mi alma.
Con todo gusto te entregaría mi corazón, adornado y elegante para la ocasión. Pero… ¿sabrías cuidarlo?, ¿lo quisieras como te quiero?, o solo será parte de ese llavero macabro que llevas, esperando a la llave correcta para entrar a tu ser, a ese paraíso que algún Dios dejó entre los humanos.

Mi vida, si que me has planteado una duda existencial, ¿la calma de lo seguro?, ¿lo excitante de lo atrevido?, ¿el riesgo a morir de amor o el riesgo a morir por mi error?
Es obvio que me quedaría mirándote como ahora, celestial y hermosa, en esta sala amplia, y nuestros sillones enfrentados, llenando de música el ambiente, lamentablemente tengo claro que este momento no durará por siempre sin correr algún riesgo que me golpee emocionalmente.

¿Si me acerco más te enojarás?, ¿si no te toco estallaré?, eres alguien que me dio la certeza de amar y a la vez me llenó la biblioteca del corazón con libros de dudas, inseguridades.

Claro amor que patearía el mundo entero para llegar hasta vos, pero ¿acaso no corresponde alguna retribución de tu parte?, bien podría ser un oso polar feliz en tus ojos fríos, como un perro en la tranquilidad de un hogar cálido, o similar a un león viejo de un zoológico sin visitas.

Al verte se me borran estas dudas, al pensarte vuelven en modernos anuncios luminosos. ¿Qué he de hacer entonces?

El aire que hay entre los dos, ahora, en este momento, es mi mayor enemigo. Y ha encontrado a un sirviente perfecto, mi inseguridad.