Siete de la mañana, domingo de febrero, ruidos de una ciudad dormida me inquietan. Abro los ojos con la satisfacción de verte al lado, media tapada, media dormida, te beso el pecho y te cubro completamente con el acolchado. Tomo la difícil decisión de poner los pies en el suelo, descalzo voy a la cocina, improviso un desayuno y leo el periódico que siempre me deja mi gentil encargado del edificio. Algo raro había en esa edición, a primera vista, pero decidí no prestarle atención.

Sentado en la cocina, noto el error, era un ejemplar de dos años atrás. Extrañado empiezo a leer, las viejas noticias de esperanzas truncas, desesperaciones que parecen actuales, el diario ocupa todo mi campo visual, me compenetro totalmente en ese pasado.

Entre noticia vieja y sentimiento conocido, un llamado telefónico quiebra esa extraña calma, alejo el periódico de mi vista y la primera gota de miedo empezaba a nacer en mi frente, nada estaba donde yo lo había dejado, todo era lo que era…exactamente dos años atrás. Corro a atender el imprudente teléfono, nadie me atendió y corté frenéticamente. Voy a buscarla a ella a la habitación, la única calma en mi mundo. No estaba, solo era mi viejo cuarto, solitario como antes de conocerla, si me sumaba a la locura del momento los cálculos cerraban, a ella la conocí hace menos de un año…

Las gotas de temor, de llanto y desesperación hicieron un show en mi cara, corrí a buscar ese nefasto periódico, tropezándome con muebles que había olvidado de su presencia. Tampoco estaba ahí, ni ella ni esos papeluchos del demonio, la soledad era lo único que encontraba. Corrí a la calle, sin notar que apenas estaba vestido, poco me importaba, pregunté a todos lo que pasaban que día era, la última novedad, todos me decían lo que no quería: “Hoy es 23 de febrero del 2006” y me miraban con pena y desprecio.

Recordé la dirección de ella, donde la he ido a visitar tantas veces, necesitaba saber si estaba viva al menos. Calles eternas, el tiempo pasaba con cuentagotas, más y más miradas extrañadas, la única felicidad que tenía era romper las estructuras de este cubo perfecto que llaman Buenos Aires. Llegué a mi destino, con los pies ya gastados, la casa que buscaba no estaba, un edificio gigante rompió mi esperanza. La locura momentánea me hizo correr, hacia cualquier dirección, cruzando la calle tan imprudentemente que no vi ese monstruo de 4 ruedas identificado con número… Al menos ahí terminaba esa pesadilla, nunca mejor llamada.

Desperté en un lugar claro, casi deshabitado, un hombre sin rostro me esperaba en una mesa de oficina, me llama por mi nombre y me invita a tomar asiento:

- Final inesperado eh. – dijo soberbiamente.

- Pues, sí. No entiendo lo que pasó. – dije nervioso.

- Te llamé para explicarte, y me colgaste. No me diste tiempo a decirte que todo era un sueño. Es una muerte absurda compañero…

Mi cara de horror y pánico lo dijo todo. Si tan solo hubiera esperado que me contestara, si hubiera esperado a ver correctamente la dirección que buscaba, si hubiera esperado a despertar, si no te hubiera dejado sola allí… Ahora solo me dedico a observarte desde arriba, sabiendo que dejé todo mi amor en tu pecho antes de partir.